Los soníus del estremeñu

Como parte de la hablas leonesas, los sonidos del extremeño lo ponen en relación con las hablas orientales de Asturias y con las de Cantabria, y en general con todas las del oeste peninsular. Existen también concomitancias con las hablas castellanas y andaluzas occidentales.

Lo que hoy llamamos extremeño no es ni más ni menos que el vestigio meridional de una familia de hablas antaño extendida desde la costa cantábrica hasta Andalucía Occidental de la mano del Reino de León, y situadas lingüísticamente entre los dominios gallegoportugués y castellano. Algunos de los rasgos fonéticos más importantes de nuestra lengua son:

La aspiración de la f- latina: decimos harina, huerça, haniega y hincal, pronunciando la hache (también fariña y fanega). Este rasgo no es tan general en asturleonés central y occidental, que tiende a mantener la f-: farina ~ fariña, fuercia, faniega y fincar. En castellano solo se mantiene este sonido asimilado al de la jota fuerte en palabras jergales como joder (< hoder < foder) o jarto (< harto < farto).

La conservación de la zeta y la ese sonora medievales. Estas gozan de más salud en el norte, conservándose en la Media y la Baja Extremadura en posición intervocálica o en algunas palabras aisladas. La zeta sonora se pronuncia como una de algo rehilada (como th en inglés en the, this o there: zagal, azituna, hazel). Así pues, podemos decir que en extremeño tenemos dos zetas, la zeta sonora (z) y la ce con cedilla (ç). Esta última suena como la zeta castellana: çapatu, çocotreal, çurríu (zapato, zarandear y zurrido).

También tenemos dos tipos de ese: una sorda pronunciada como en castellano (s- inicial y -ss- entre vocales: siempri y assal) y otra sonora (entre vocales -s-, o a final de palabra ante la vocal de la siguiente: casu, los ojus).

La ese sonora es semejante a la portuguesa o la catalana en la misma posición, como un zumbido: esquerosu, riosu, quesu (asqueroso, risueño, queso). Existen también hablas ceceantes como el chinato de Malpartida de Plasencia, que carecen del sonido ese (cazal-ci, çabel y quezu en vez de casal-si, sabel y quesu); y seseantes como el fontanés o algunas hablas rayanas, que carecen del sonido zeta (hasel, serral y tossinu en vez de hazel, cerral y tocinu).

La aspiración de los sonidos de la jota, la ge y la equis tardomedievales: xabón, general, aju. La x, la j o la g (-e, -i) se realizan a menudo como aspiradas sonoras, adquiriendo en ocasiones cierta resonancia nasal. En algunas hablas orientales se pronuncian total o aproximadamente como la jota castellana.

La diptongación creciente de la e y la o breves latinas. En extremeño decimos güevu, güessu, puerta, puercu, piera i gielu (del latín: ovum, ossum, portam, porcum, petram y gelum). Este rasgo lo compartimos con el castellano, el cántabro y todas las hablas asturleonesas; y diferencia nuestra lengua del portugués y el gallego (ovo, osso, porta, porco, pedra y gelo). Esta diptongación está ausente del sufijo -encia (concencia, cencia, pacencia, audencia, hodencia…) y, a veces, de la conjugación de verbos como golel, desollal, degollal, colal, roal (goli, desolla, degolla cola, roa), en castellano oler, desollar, colar y rodar.

La evolución del grupo latino -ct- a -ch-. Se dice derechu, techu y lechi, como ocurre en castellano, cántabro y asturiano central. En portugués, direito, teito y leite; dreitu, teitu y ḷḷeite en leonés occidental.

– La transformación de la -d- en -l- en las palabras con el prefijo latino ad-: almitil, alquiril, almiral, etc. Es un rasgo muy extendido en asturleonés y ausente en castellano estándar, que prefiere por el contrario la solución en -d-: admitir, adquirir y admirar.

El vocalismo. Las vocales en extremeño han evolucionado de manera bastante diferente a como lo han hecho en castellano común. La lengua castúa conserva la apertura medieval de las vocales en la primera o segunda sílaba en voces como coltura, escoltura, acostodial, previlegiu, essestil, decedil y tantas otras (cultura, escultura/cultura, custodiar, privilegio, existir, decidir). También es norma la solución cerrada de las vocales finales, presente en voces como huerti, lechi , passu o tientu.

A estos rasgos fonéticos hay que sumar el frecuente cierre de la vocal átona por influencia de otra vocal cerrada o un diptongo: siguil, izil, ossíginu, dimoniu, confissión, númiru, pulicía, etcétera (seguir, decir, oxígeno, demonio, confesión, número y policía). Algunas de estas palabras, como dimoniu o pulicía, cuentan con dobletes sin cierre debidos a cambios fonéticos que lo impiden: demoñu y polecía. El cierre de una vocal tónica por influencia de otra vocal cerrada posterior —metafonía— se da a veces en palabras como sumbriru o estivia (sombrero y estevia).

El cierre libre de la o y la e átonas está relativamente extendido, aunque no siempre se refleja en la escritura: billota, pirhetu, hundeal, rivista (bellota, perfecto, arrojar, revista).

También se da una acusada reinterpretación de varios prefijos cultos en voces como Uropa, Ugeniu, giografía ~ jografía, riación ~ ración, inreal y arquiología (Europa, Eugenio, geografía, reacción, irreal y arqueología). Ocurre igualmente con ciertos sufijos y terminaciones: artícalu, biólagu, catálagu, teléfanu, políganu (artículo, biólogo, catálogo, teléfono, polígono).

La o- inicial átona seguida de consonante no es muy frecuente, aunque puede encontrarse en palabras como oreal, oreu, oriciu, ombri, ostia u obrea (orear, ambiente, erizo, hombre, hostia u oblea). La o- de las voces cultas suele mutar en a-: assessión, aprimil, amossessual, armona, amologal (obsesión, oprimir, homosexual, hormona, homologar).

Se da la aparición de falsos prefijos y consonantes iniciales para evitar la o-, como esposición o golel (oposición y oler). Excepcionalmente, se encuentran soluciones en o– como resultado de la reducción de un diptongo, como ocurre en el adjetivo ostriacu, -a (austríaco, -a).

La pérdida de la u- inicial da lugar a voces como nuversidá o nuversal, conservándose en universu (universidad, universal y universo).

La e- y la i- etimológicas de muchos vocablos resultan cacofónicas si no van seguidas de eme o ene, por lo que se pierden o se les añade una d- como apoyo consonántico: sí se dice epoca e idea (época e idea), pero namoral-si, maginal-si, dessami y dissentu (enamorarse, imaginar, examen y exento).

Se dan también vacilaciones en voces como inocencia ~ nocencia y economía ~ conomía, o cambios vocálicos en a- como aluminal y anicial (iluminar e iniciar).

La presencia de diptongos en los infinitivos por analogía con las formas de presente: cuertal, cuental, almiental, etcétera (cortar, contar, mentar/mencionar).

La epéntesis de iod antihiática. Es decir, la aparición del sonido ye entre dos vocales que de otro modo formarían un hiato: creyencia, criyenti, riyil-si, ahuyil (creencia, cliente, reírse y huir). Este rasgo está ausente en portugués y gallego, pero existe en castellano en menor medida y en asturleonés en igual o mayor grado.

La conservación del grupo -mb-:  las hablas asturleonesas suelen tener soluciones semejantes a voces extremeñas como lambel, lambuzu, lomba, camba o ambelga; en castellano lamer, glotón, loma, cama (del arado) y amelga.

El betacismo de la nasal bilabial inicial. Dicho de otro modo: el cambio de la eme por la be en palabras como biembru, bembrillu, bondongu, brimbi o bayonesa (en castellano, miembro, membrillo, mondongo, mimbre y mayonesa). Está presente también en asturleonés y en castellano popular.

– El rotacismo en los grupos latinos -pl-, -bl-, -fl-, -cl-: aunque este rasgo tiene una distribución y una intensidad desigual en las lenguas occidentales, es muy corriente en todo el oeste ibérico. En estremeñu general, praça, froxu, encruíl o brancu. Plaza, flojo, incluir y blanco en castellano.

Se da también lo inverso, la conversión de -r- en -l- en algunas palabras como plau, plontu, templanu, complal o cocleta (prado, pronto, temprano, comprar y croqueta).

– Tendencia a la secuencia de líquidas r-l. Las palabras que etimológicamente contienen la secuencia r-r o l-r tienden a adoptar la secuencia r-l: reflán (< *refrán), arraclán (< alacrán), ralu (< *raru).

Antiguas soluciones son palabras como cralu y grolla, hoy mayormente desplazadas por las formas más etimológicas claru y gloria, por influencia del castellano. También se dan soluciones del tipo craru y groria.

Tendencia a la pérdida de -r- ante -s-, -z- o aspiración: pessona —también pressona, cussu, almozal, tajeta, vigin, alfoja, etcétera (persona, curso, almorzar, tarjeta, virgen, alforja).

– Metátesis —cambio de orden de los sonidos— en voces como messejanti, mallugal o nesseciá (semejante, magullar y necesidad). La metátesis implica especialmente a la -r- simple, que tiende a desplazarse a sílabas anteriores cuando se encuentra en la última o la penúltima, así es en cabrestu, desprotical, Prancacia, Grabiel, Zaratrusta, nardental o pretoliu (cabestro, despotricar, Pancracia, Gabriel, Zaratustra, neandertal y petróleo). Se da con especial intensidad en nombres propios, extranjerismos y cultismos.

Excepciones a esta norma son vocablos como pograma, pobrema o porrateal (programa, problema y prorratear), en las que desaparece la primera -r- y se conserva la segunda. En otras voces como cocreta o cemárica, la -r- se desplaza a la penúltima sílaba (croqueta y cerámica). Las palabras murciégalu y crocodilu no han experimentado metátesis, pues ambas obedecen a su etimología original (murcaecalum y crocodilum).

La -r- posconsonántica desaparece —a menudo de la segunda sílaba— cuando se dan dos sinfones seguidos, como en frustau y brimbi (frustrado y mimbre).

Pérdida por cacofonía del primer diptongo creciente en palabras donde aparecen dos, afectando a la pronunciación de la raíz: cencia, lejonariu, entremedariu, nobilariu, assoçación, etcétera (ciencia, legionario, intermediario, nobiliario, asociación).

Desplazamientos de acento tónico en cultismos: feretru, boligrafu, ávaru, epoca, apostol, etcétera (féretro, bolígrafo, época, avaro, apóstol, etcétera).

– Aparición de vibrante simple (-r-) en última sílaba tras -t-: alantri, asbestru y alocastru (adelante, asbesto, holocausto).

– La conversión en -s de la -z y la medievales a final de palabra (en castellano moderno, casi siempre -z): raís ~ reís, codornís, arrós, perdís, relós, lus (raíz, codorniz, arroz, perdiz, reloj, luz). La -s final puede aspirarse o pronunciarse, según el grado de aspiración de cada habla y dependiendo de su posición en la oración. Es una solución presente en algunas otras falas asturleonesas, en el gallego seseante y en portugués.

El ceceo de la s- inicial: çachu, cenderu, çumiéru, çajal o çahumeriu (a veces alternadas con las formas en s-). En castellano sacho, sendero, sumidero, sajar y sahumerio.

– La acusada pérdida de la -d- intervocálica e inicial. Más intensa que en las hablas asturleonesas y andaluzas: decimos caçaol, apontaol, roal y bebeeru; cazador, apuntador, rodar y bebedero en castellano. Asimismo, izil, exal, a-ti cuenta y ozena (decir, dejar, date cuenta y docena).

– La conservación de la -i final procedente de una -e romance: tossi, sedi, mártiri, etcétera (tos, sed, mártir).

La aparición de una -n o una -l de apoyo en palabras agudas acabadas en vocal: robón javalín, maniquín, flin, charaíl, bidel (robot, jabalí, maniquí, pulverizador, jaraíz, bidé). Este rasgo también está presente en las hablas andaluzas.

La pronunciación velar de la –n final; como en gallego, asturleonés y andaluz. A diferencia del castellano, que suele articular una -n alveolar en esa posición, en extremeño esa consonante se realiza como nasal velar (-ng) en palabras como rincón, custión y abrición.

La nasalización de las vocales en contacto con -n. Además de la pronunciación velar de la -n, puede darse también la fusión de este sonido con la vocal anterior: rincón (rincõ), custión (custiõ), abrición (abriciõ). Es también frecuente ante aspiración: *çãja,*ãgi,*narãja (çanja, angi, naranja).

La pérdida de la consonante final en palabras no agudas: carci, tuni, vitu y arvu (en plural: carcis, tunis, vitus y arvus; aunque también cárcelis, túnelis, vítoris y árvolis). Este fenómeno no se da tanto en el habla tradicional de la provincia de Salamanca: cárcel, túnel, vítor, y árvol. En castellano, cárcel, túnel, vítor y árbol.

– La evolución de -ne- y -ni- a -ñ- en muchos casos: línea, colonia (perfume) o testimonio se dicen en extremeño liña, coloña y testimoñu. También mediterraniu o espontaniu en lugar de mediterráneo y espontáneo (como ocurre en castellano popular).

– Simplificación de los grupos cultos -ct-, -pt-, -pc- y -cc-: perfecto, correcto, reptil, captar, adoptar, egipcio, acción y producción son en extremeño perfetu ~ pirhetu, corretu, arretil, (a)catal, adotal, egiciu, ación y produción. Cuando se mantienen estos grupos por ser préstamos cultos modernos, se aspira la consonante ante la te: tractol, ectaria y coptu se pronuncian como *trahtol, *ehtaria y *cohtu.

Además de estos sonidos comunes, compartimos con portugueses, gallegos, asturianos, leoneses y cántabros abundantes soluciones que solo se dan en el occidente y el noroeste peninsular tales como coruja, regatu, fechal, falal, alguién… (lechuza, riachuelo, cerrar, hablar y alguien en castellano; en portugués coruja, regato, fechar, falar y alguém).

El antiguo sufijo inu —convertido en -inho en gallego o portugués y en -ín en asturleonés del norte (en latín -inum, en romance temprano -inu)— da en extremeño apreciativos como gatinu, perrinu, viejinu o cochinu (en ocasiones gatín, perrini, etcétera). Cabe señalar que las coincidencias morfosintácticas entre el extremeño y el portugués —además de las léxicas— son numerosísimas, especialmente si hablamos del portugués del Alentejo.

Algunos autores han sugerido un origen occidental del sufijo -ito, que alternaba con -ico en castellano hasta bien entrada la Edad Moderna. El -ico sigue siendo el apreciativo preferido en Aragón, La Mancha, Andalucía Oriental y Murcia, mientras que es desconocido en estremeñu.

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Aunque las semejanzas entre nuestra lengua y el asturleonés son como hemos visto numerosísimas, existe sin embargo otra ristra de elementos que los diferencian y nos acercan más al castellano:

Nuestra lengua del oeste ibérico no conoce la conversión sistemática en ll- de la l- en palabras asturianas como llamber, lluz, llombu, lluna o llingua (tampoco ya el cántabru). En el castúo hablar decimos lambel, lus, lombu, luna y lengua ~ luenga. Según las teorías de filólogos como Alonso Zamora Vicente, es probable que la palatalización de l- (> ll-) fuera un fenómeno general en los antiguos romances ibéricos, con lo que esta podría haber persistido en estremeñu hasta finales de la Edad Media o principios de la Edad Moderna. Se dan voces como luvia, lovel o lavija (de lluvia, llovel y *llavija) que sugieren la desaparición de la ll- por analogía.

– Tampoco conservamos el sufijo diptongado -iellu/-a como en Asturias y el oeste de León, pues usamos illu,-a como en castellano, aunque no es la marca preferida para el diminutivo y sí muy común para señalar topónimos: La Hesilla, La Covatilla, reflanzillu, rabaílla (La Dehesilla, La Covatilla, refrancillo, rabadilla)Existen indicios que sugieren la presencia del sufijo illu, –a ya en las hablas andalusíes (antiguo -ellu, -a o -iellu, -a), por lo que esta forma podría haberse traspasado al castellano y al extremeño desde el romance andalusí.

No decimos home, lume, costume, ni semar. La solución extremeña a estas voces —procedentes del latín: hominem, luminem, consuetudinem y seminare— fue más semejante a las formas castellanas: decimos ombri, lumbri, costumbri y sembral; habiendo pasado antes todas estas lenguas por un estadio intermedio en -mn- (hominem > homne > home/ombri/hombre), entre la pronunciación latina y la actual.

En asturiano, la elle asturleonesa de antiguas voces como concellu, ollu, cuallu o allu se convierte en ye: conceyu, oyu ~ güeyu, cuayu y ayu (concechu, güechu, cuachu y achu en asturleonés occidental). En estremeñu, este sonido es aspirado y se transcribe con jota: conceju, oju, cuaju y aju. Sin embargo, existen casos de conservación de la -ll- medieval, como en pantarulla, gallu o atillu (espantajo, gajo y atadijo).

La antigua equis y los grupos latinos como -ps- o -ls- se desarrollaron en Asturias con una pronunciación semejante al dígrafo sh en inglés: coxu, caxa y puxu. En estremeñu se escriben igual, pero la equis es aspirada como la jota. La i- consonántica generó el mismo sonido en asturiano: xera, xunta y xustu; pero jera, junta y justu en estremeñu.

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Por último, tenemos rasgos propios del sur de la antigua corona de Castilla, presentes también en La Mancha, Andalucía y Murcia con distinta intensidad y realizaciones, tales como:

– la aspiración de la ese de final de sílaba (estu > *ehtu, esperencia > *ehperencia),

la confusión entre la erre y la ele a final de sílaba (altu > *artu, cuerpu > *cuelpu),

– la conversión en ele o enmudecimiento de la erre final (cantar > cantal/cantá, comer > comel/comé),

– el trueque de consonantes líquidas (parlal > palral, mierla > mielra) y otros.

 

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